
Hace un par de días, para los festejos de Año Nuevo en Córdoba, jugamos con otras familias al famoso juego “Palabras Prohibidas”, también conocido como “Tabú”. La consigna es simple, adivinar una palabra pero sin mencionar cuatro que no están permitidas. Por ejemplo, hay que adivinar “Perro”, pero sin decir “Morder”, “Ladrar”, “Peludo” o “Mascota”. Mi familia sobresalió porque al parecer hemos adquirido una gran habilidad para reconocer las palabras inconclusas. El resto de los participantes se sorprendió y nos preguntó si hacía mucho jugábamos a Tabú. La realidad es que no, lo hemos jugado pocas veces, pero la maña la hemos desarrollado al convivir tantos años con mi viejo.
Mi viejo es una persona que tiene la característica de no terminar sus frases debido a sus “cuelgues”. Suele escudarse argumentando que tiene muchas cosas en la cabeza y que sus ideas se entrecruzan. Es capaz de decir:
- Adriel, traéme… eh… traéme… em… (hasta irse a buscarlo él mismo porque no le sale terminar el fraseo)
- El otro día el Coco me dijo que se olvidaron de llevarle… el… el… (…)
- ¿Me hacés un favor? ¿Podrías decirle a la mami que me traiga…? … uh… ¡Mirá a donde se ha subido tu gato!
Esta peculiar forma de expresarse ha traído como consecuencia que el resto de la familia desarrollemos una habilidad especial para detectar lo que mi viejo quiere decir antes de que termine de decirlo. Pensaba que jamás iba a servirnos de nada, que solo era una manera para mejorar la comunicación entre los miembros de la familia. Pero hace un par de días atrás descubrimos que estábamos equivocados, que hemos desarrollado dotes especiales para jugar al “Palabras Prohibidas”, aumentando así nuestro grado de competitividad, volvernos unos rivales dignos de respeto e infundir miedo en el corazón de nuestros rivales.