
He dicho en reiteradas ocasiones que no soy un buen guitarrista; es más, a veces me doy asco. No conozco de escalas mas allá de la pentatónica (y a veces se me olvida), mi posición para tocar el instrumento adquiere la forma de "Gárgola" y no responde a ningún parámetro establecido en las escuelas de música. Nunca respeté los tempos y mis allegados me dijeron numerosas veces que practicara con un metrónomo, sin embargo no les di cabida. Me gusta mi voz y canto fuerte, pero creo que soy el único al que le gusta. Mi rutina (y también mi vida) se vio gravemente afectada cuando mi guitarra "Franchesca" tuvo una caído inesperada y se rompió en dos partes.
Disfruto deambular por la vida como un perro vagabundo, me gusta merodear por las plazas y parques para fumar mis cigarrillos armados y ver como la gente anda apurada por la vida; sin embargo extraño a Franchesca. No me cuesta hacer amigos porque tengo un secreto, que es un método poco habitual para establecer conversaciones y de paso conseguir alguna seca o trago. Sea donde sea, cuando escucho algun acorde sonar mis sentidos se agudizan y planeo estratégicamente mi próximo movimiento. Me acerco con sigilo al grupo que rodea al músico y pido permiso con educación para escuchar algunas interpretaciones. Aprovecho cuando alguien del público pide alguna canción que el guitarrista no se sabe y es allí cuando entro en acción y desemboca en mis manos el tan añorado instrumento.
Desde hace años me dedico a tocar la guitarra en grupos ajenos. He conseguido numerosos amigos y ni hablar de tragos y algun que otro aderezo. Siempre metido en el medio, siempre atento a cualquier sonido, siempre con la guardia en alto como un gato acorralado. Al principio me miran con desconfianza y algo de desprecio, pero cuando descubren mis escasos dotes y mi gran abanico de repertorio caen a mis pies como moscas. Volví a tocar, pero con guitarra ajena; volví a ser feliz pero como un guitarrista vagabundo.