El enemigo invisible

Redactado el día 02 del mes 08 del año 2023
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En los confinados recovecos de una casa antigua, en un rincón oscurecido por los vaivenes del tiempo, vivía una mujer de semblante frágil y mirada profunda. Su nombre, Eloísa, resonaba como un eco olvidado en los pasillos que antes habían sido testigos de risas y pasos ágiles. Ahora, su existencia era un suspiro callado, un roce apenas perceptible en el tejido del mundo.

Eloísa había sido una mujer activa y enérgica, una bailarina de la vida que había tejido sueños con hilos de esperanza. Pero la implacable llegada de una enfermedad indomable había despojado a su cuerpo de su vitalidad, dejando a su paso una fragilidad que no se parecía en nada a la mujer que solía ser.

Sus piernas, una vez fuertes y ágiles, ahora eran apenas sombras de lo que habían sido. Los músculos que una vez la sostenían en gráciles pasos se habían rendido ante la adversidad, relegándola a una silla de ruedas que se había convertido en su compañera constante.

Sin embargo, Eloísa no permitió que la pérdida de su movilidad la sumiera en la oscuridad. En su rincón silencioso, encontró consuelo en las palabras. En un estante cerca de su silla de ruedas descansaba una colección de libros, la serie completa de "Canción de hielo y fuego". Página tras página, se sumergió en los intrincados mundos que George R. R. Martin había creado, donde caballeros y dragones danzaban en un ballet épico de traición y lealtad.

Eloísa avanzó a través de las páginas como un navegante perdido en un mar de intrigas. Con cada palabra, su mente encontraba refugio en un mundo donde su cuerpo ya no importaba, donde sus piernas recobraban la fuerza en las correrías de personajes ficticios y su voz volvía a resonar en los diálogos entre reyes y reinas.

Fue en el tercer libro que un giro inesperado marcó un punto de quiebre tanto en la historia como en la vida de Eloísa. Mientras el cáncer avanzaba imperturbable por su cuerpo, una sombra se alzaba sobre su mente. El enemigo invisible, que antes había asaltado sus músculos, se abrió paso hacia su cerebro, distorsionando recuerdos y realidades.

Eloísa comenzó a experimentar momentos de confusión. Sus pensamientos se desvanecían en un torbellino de fragmentos de ficción y fragmentos de su propia historia. Pronto, ya no podía distinguir entre las líneas impresas y los días que vivía. Para ella, los muros de su hogar se transformaron en murallas de un castillo ancestral, y su familia, en personajes de una corte medieval.

La línea entre la realidad y la fantasía se desdibujó. Eloísa miraba a su esposo y veía a un caballero valeroso. Sus hijos se convirtieron en príncipes y princesas de una tierra ficticia. Las voces de su familia se mezclaban con las voces de los personajes que habitaban sus libros, y las conversaciones en la mesa se transformaban en consejos de guerra en una época ya olvidada.

La demencia había tejido un manto de ensueño alrededor de Eloísa, fusionando los fragmentos de su pasado con los hilos de la fantasía literaria. En su mente, se convirtió en una narradora de historias propias, hilvanando cuentos de tiempos remotos con las experiencias de su vida moderna.

Los días pasaban como un río tranquilo, llevando consigo las estaciones y las emociones. Eloísa navegaba en ese río, sostenida por la maraña de memorias y ficción. Su esposo e hijos, preocupados y desconsolados, la acompañaban en este viaje extraño, a veces adentrándose en sus fantasías, otras veces intentando traerla de vuelta a la realidad.

En ese rincón olvidado de la casa, Eloísa vivió su propio cuento, donde las líneas entre lo real y lo imaginario se habían entrelazado de una manera que solo Borges habría podido describir. La historia de una mujer que luchó contra la pérdida de su cuerpo, solo para perderse en las fronteras difusas entre la cordura y la ficción, entre la vida y la leyenda. Y así, en ese rincón silencioso, Eloísa siguió hilando su relato, donde su voz resonaba en los ecos de los libros y sus recuerdos se fundían con los sueños de la página escrita.